Los veranos sin Adela. Capítulo 0

Comienza el descenso. Sólo unos minutos y pisaré tierra firme. Mejor no permitir que mi cerebro piense ahora en la maniobra de aterrizaje. Son las nueve menos diez. Con un poco de suerte, a eso de las nueve y media estoy en casa. Hugo ya estará acostado. Mejor. Esta noche prefiero dedicar toda mi atención a su mamá. Sin despistes ni interrupciones. Mañana ya habrá tiempo para los ta-ta-ta-ta y los gu-gu-gu. Importante. Tengo que comprar un ramo de flores. Cinco días sin llamar es mucho tiempo. Seguro que Adela está cabreada. Aunque ya sabe que el teléfono no va conmigo, y esta vez ella tampoco ha intentado contactar conmigo. De todos modos, habrá que ir pensando en improvisar una bonita ceremonia de reconciliación con todos sus ingredientes: quejas, lágrimas, disculpas, excusas, regalos, halagos, acercamiento, alejamiento, acoso y derribo.

Esto se mueve mucho. Odio este ruido. Es como un barrunto del fin del mundo. Me recuerda al movimiento de Marte en Los Planetas de Holst. Vamos, Mario, habíamos quedado en que no íbamos a prestar atención al aterrizaje. Concéntrate en otra cosa, anda. Eres músico y sabes manejar y dirigir la atención a tu antojo. Sólo cinco minutos más. Si no encuentro flores en el aeropuerto, siempre puedo comprar una botella de cava y unos bombones. Todas las mujeres adorar el cava y el chocolate.

Estoy casi seguro de que ha seguido por TV la retransmisión de los conciertos. Así que su enfado estará mezclado con la satisfacción de saberse la reina del corazón de un gran músico. Yo sabré cómo fundir ese enfado y transformarlo en tiernas quejas. Un brut frío es el elixir ideal para operar la metamorfosis. Si las tiendas de regalo aún siguen abiertas también podría buscar otra cosa. Un detalle complementario. Es curioso, cinco días en Viena y ni un solo escaparate me ha traído su imagen. Sin embargo ahora sé que el regalo imprescindible es un fular vaporoso.

Por fin. Las ruedas del avión acaban de tocar el suelo. Menos mal que esta vez ha sido suave. Ahora el frenazo. Faltan dos minutos para las nueve. A ver si no tardan mucho en abrir las puertas. En el último vuelo estuvimos diez minutos de reloj parados y con las puertas cerradas. Suerte que soy capaz de concentrar mi equipaje en cincuenta y seis por treinta y seis, y que el clarinete es tan poca cosa. Que se jodan los chelistas, y los bajistas, y los de la tuba y los del trombón. La tuya es más grande, ¿no? Pues ahora esperas a que la saquen en buen estado por la cinta transportadora.

Tienes razón, Adela. Los tíos no podemos prescindir de la chorrada de comparar tamaños. La típica gracia inofensiva que molesta tanto a las feministas. Pero hoy estoy dispuesto a admitir, por ti y para ti, que no tiene ni pizca de gracia. Que es una clara manifestación de lo inmaduros y pueriles que somos los tíos, y que responde claramente a patrones machistas trasnochados. ¿Vale, Adelita? Esta noche será lo que tú quieras y como tú quieras.

Se para el avión y comienza el movimiento de los pequeños y lentos seres humanos. Andante, andante. Qué torpe es la gente. Lo que les cuesta coger su bolso y salir al pasillo. Vamos, señora, yo le ayudo con las bolsas pero deje ya de taponar la salida. Ésta mujer se ha debido comprar todo el duty free de Viena. Sonríe, Mario, como un buen chico. No hay problema. De nada, señora. Otra oportunidad para mantener engrasado el mecanismo de la buena
educación. Muy bien, compañeros, compañeras. La Filarmónica de España es una de las mejores orquestas del mundo y lo hemos demostrado. Ha sido un viaje estupendo. Hemos tocado muy bien, como los ángeles, pero no tiene sentido que alarguemos más la despedida. Bla, bla, bla. Bla, bla, bla. Enhorabuena a todos y a todas. Sí, sí, no me olvido de que nos vemos el jueves. Qué pesaditos nos ponemos antes de dispersarnos. Ni que fuera ésta nuestra primera salida al extranjero, o nuestro primer éxito.

Por fin solo. Ya puedo dejar de sonreír y Concentrarme ahora en lo importante. Bien, aquí está casi todo abierto. Veo la floristeria.

Me llevaré este ramo de rosas rojas. Clásico en los preliminares e innovador en los desenlaces. Así soy yo. Un Ulises con suerte. Un Ulises que va a conseguir llegar a su casa a tiempo para la cena y con todo lo necesario para propiciar un feliz reencuentro con su Penélope.

Ahora hay que encontrar un fular. Quizá en la tienda de Adolfo Domínguez. Al lado de los paraguas… A ver. En azul, no. Demasiado frío. En rosa, tampoco, muy ñoño. En violeta, sí señor. Éste me va. Es perfecto. Vaporoso y sensual, enorme cuando se extiende y del tamaño justo cuando lo arrugas en el cuello. Lo quiero envuelto, por supuesto. Y con muchos lazos. Un paquete con auténtica vocación de regalo, que disipe cualquier duda sobre las ganas de agradar que ha puesto quien lo entrega.

Sólo pasan unos minutos de las nueve. Ya lo tengo todo. Las tiendas de los aeropuertos son todo un invento.

Sigue mi racha. Apenas gente en la cola de los taxis. Los pocos minutos que he invertido en las compras han sido suficientes para que la peña se haya
dispersado. O a lo mejor todavía están esperando que la cinta transportadora les devuelva los equipajes. Qué anochecida tan magnífica. Todavía queda luz solar y la temperatura es una invitación a disfrutar de la vida. Vámonos ya derechos a nuestro destino. Barrio de Salamanca, por favor. Vaya, un taxista que escucha Radio Clásica. Esto sí que es una novedad. Creo que es la primera vez que me pasa. Y nada menos que La Pastoral, del gran Ludwig. Me encanta que sea esa. Va bien como acompañamiento a este último tramo del viaje. No soportaría un taxista charlatán que me hablara de lo mal que está el tráfico en Madrid o de las últimas previsiones meteorológicas. La versión no es mala. Quizá el tempo está un pelín contenido. Le falta brío. Debe ser una orquesta alemana.

Oh, mierda. Lo había olvidado. Tenía que haber hablado con Víctor. Buf, tendré que mentir a Adela. Le diré que no me han podido confirmar si están libres el ocho, pero que van a hacer todo lo posible por tocar en nuestra boda. Joder, qué pifiada. Por lo menos me he acordado dos veces en estos cinco días, pero ninguna de las dos era un buen momento para comentarlo. Lo que faltaba, que no tuviéramos música en directo en la boda. Sí, hombre. Claro que la tendremos. Yo me encargo. No pasa nada. Si no es un cuarteto de cuerda, será otra cosa. Todavía faltan seis semanas. La mayor parte de los invitados son músicos. Tonto sería si no consigo enredar a alguno de ellos.

Esto ya lo sabía yo. Los preparativos de una boda son un auténtico coñazo. Y eso que yo me estoy encargando de poco. Mi tiempo no da para más. Aún así, me tengo que tragar todas las idas y venidas de Adela. Seguro que ha pasado estos cinco días liada con los detalles. Por eso no ha tenido tiempo ni para llamarme. Tendré que escuchar la narración completa, sin que se me note el
aburrimiento. Que yo recuerde sólo faltaba repartir unas pocas invitaciones y decidir algunos detalles del ágape. Supongo que también habrá tenido que ir a la prueba del vestido. Y, sobre todo, habrá tenido que resolver los temores y dudas de mi pobre madre. Lástima. Ella, que no ha tomado una decisión en su vida, está colapsada con el asunto de ser madrina. Reconozco que Adela es muy buena y paciente con ella. Pero el resultado es todavía peor, porque está cada vez más quejosa y habla sin parar de sus inseguridades. El problema de mi madre es que no ha tenido verdaderos problemas nunca, por eso le da tanta importancia a cosas que no la tienen. Tampoco es para tanto. Sólo es una boda. Dura unas horas y, después, cada uno a lo suyo.

Hemos llegado. Soy un hacha con el cronómetro y con el metrónomo. Sólo pasan dos minutos de las nueve y media.

Gracias, quédese con la vuelta y que pase una buena noche.

Me gusta pisar otra vez mi calle y mi portal. Creo que necesito irme de casa porque en realidad lo que me encanta es volver. Esa sensación maravillosa de que todo se ha mantenido en su sitio durante mi ausencia, de que mi vida estaba aquí, esperando pacientemente para cuando yo volviese a ella.
Lástima de alfombra. Es un atentado contra el buen gusto. Desentona horriblemente con la decoración del portal. Pero cualquiera dice nada en esta comunidad. No tengo ningún interés en discutir sobre tendencias con abueletes que todavía siguen hablando de los precios en pesetas. Otra espera más. Vaya coñazo de ascensor. Siempre tiene que estar en el último piso cuando lo llamas desde el portal, y en el portal cuando lo llamas desde tu piso. Es la ley de Murphy, de la que tu amiga Antonia habla cuatro o cinco veces cada hora.

Alguien ha fumado aquí dentro. Esto es España, claro. Quién va a respetar las normas si no hay un vigilante para poner multas. Estaría gracioso que el ascensor se quedara ahora aquí colgado conmigo dentro. Yo, con mi ramo de flores y esta cara de impaciencia, de macho alfa anticipando las delicias del coito. A ver, mi ramo de flores que entre por delante para que sea lo primero que vea Adela. Uh, qué raro, la puerta cerrada, y con doble llave. Se habrá vuelto miedosa. O me quiere poner obstáculos.

No hay ninguna luz encendida en toda la casa. Tampoco en el baño. Joder, cómo que no están en casa. Habrán ido a ver a la abuela. Lo ha hecho a posta, para castigarme. Maldita sea, Adela. ¿Por qué me haces esto? A estas horas Hugo debería estar acostado, y tú eres una talibana con los horarios del niño.

Eso quiere decir que no tienes intención de volver esta noche, que estáis durmiendo en otro sitio.

Joder. La hostia. Qué imbécil soy. No te mereces que siga tan colado por ti. Ésta me la vas a pagar. Te estás pasando, Adela. No puedes pretender controlarme así. Joder, vengo de trabajar. Gracias a mi trabajo y a mis viajes vivimos en este pisazo en pleno barrio de Salamanca, y además te puedes permitir el lujo de trabajar sólo en lo que te gusta y cuando te gusta. Adela, no puede ser. ¿Dónde estás? Notitas a mí. O sea que no puedes llamarme y echarme la bronca, como haría una mujer normal. Tú me escribes una notita y la dejas encima de mi mesita de noche.

Tienes la cabeza llena de pájaros.

Has leído demasiadas novelas rosas y demasiados artículos feministas. Vaya coctel-molotov. El resultado es éste, claro. Está completamente loca y pretendes volverme loco a mí.

PARA MARIO
Lo he leído en alguna parte y se me presenta ahora como una verdad fundamental: “La única falta de puntualidad imperdonable es llegar tarde a las personas”. Y tú estás apenas llegando cuando yo ya me estoy marchando.

Se acabó, Mario. Por fin lo veo claro. Me voy.

De momento, Hugo se viene conmigo. He contado las horas que has pasado este año a su lado y me salen alrededor de doscientas, de un total de nueve mil ciento veinte, o sea no llega a un cinco por ciento de su tiempo de vida. Así que espero que no me digas ahora que no puedes vivir sin tu hijo.
En realidad, no creo que nos eches de menos a ninguno de los dos. Para ti sólo somos un adorno, una foto que llevas en la cartera y que paseas por los escenarios. No me busques, yo te llamaré cuando sea el momento.

Quiero que mi hijo sea un hombre libre, y, para eso, antes tengo que serlo yo.

Suerte.
Adela